Hablar
Hablar
Cada vez nos sentimos más solos ante una apariencia de conexión con cada vez más gente. Salgamos de las pantallas, quedemos a tomar ese café y empecemos a comportarnos como humanos.
Nos viene bien hablar, pero parece que se nos ha olvidado en la era de la tecnología, de la digitalización y del whatsapp. Los momentos importantes ya no son lo que eran, y con importantes me refiero a los buenos y malos; aquellos que te cambian la vida y que siempre hemos asociado al compartir con otros, ya sea para celebrar o para recibir apoyo.
En estos últimos días se está hablando mucho de salud mental, aunque algunos llevamos alzando la voz sobre esto desde que empezó la pandemia, porque si las cosas no andaban muy bien antes, está claro que con esto no ha ido a mejor. Se habla de salud mental cuando algún suceso de algún personaje famoso nos azota con la realidad y nos demuestra que hasta quien muestra la mayor de las sonrisas, es capaz de tirar la toalla por no poder más.
Se habla de salud mental cuando algún suceso de algún personaje famoso nos azota con la realidad y nos demuestra que hasta quien muestra la mayor de las sonrisas, es capaz de tirar la toalla por no poder más.
Empecemos por eso, por el “no poder con todo”. Y permitidme hablar mal y decir aquí uno de los mayores ‘consejos de mierda’ que podemos escuchar: “tú puedes con eso y más”. Pues mira: no. Solo nos faltaba pensar cuando estamos tocando fondo que puede venir más y que tenemos que hacerle frente porque “nosotros podemos”. Esta frase, lejos de dar apoyo, lo que hace es presionarnos para poder cuando a veces resulta que no, que NO PODEMOS y necesitamos ayuda. El problema es que cuando lo intentamos con toda nuestra alma y no lo conseguimos, viene la frustración y otras tantas cosas que nos hacen sentir mal. Ante esto hay dos opciones: pedir ayuda o intentar hacerlo solo. No hace falta que os diga que la primera opción es la que siempre he defendido, practicado y recomendado. Qué hubiera sido de mí sin ayuda psicológica en algunos momentos de mi vida y muy lejos estoy de avergonzarme.
Ahora, hablemos del contacto, de la cercanía, porque aquí hay un punto necesario para amortiguar el dolor que nos producen las cosas que nos pasan en la vida. Nuestros primeros ‘psicólogos’ son nuestros amigos, nuestro ‘comité de sabios’, aquellos capaces de sacarte de casa en el momento más complicado, de solucionarlo todo con una llamada, de permitirte que saques lo que llevas dentro. Pero nos ha absorbido el mensaje escrito, la impersonalidad y hasta la deshumanización. Felicitamos el cumpleaños con un mensaje a pesar de que nos cuesta lo mismo que hacer una llamada y oye, ya que estamos, preguntar qué tal va la vida. Hacemos seguimientos vía whatsapp de cómo están esos amigos que lo están pasando mal en vez de brindarles 5 minutos de nuestro tiempo a un café expreso, a una llamada breve pero reconfortante. Cada vez estamos más solos ante una apariencia de conexión con cada vez más gente. Y eso, permitidme que os diga, tampoco ayuda.
Cada vez estamos más solos ante una apariencia de conexión con cada vez más gente. Y eso, permitidme que os diga, tampoco ayuda.
Por otro lado, la pandemia ha metido tanto miedo que si antes nos separaba la tecnología, ahora lo hace aún más, como esos cafés que nunca llegaban y dejábamos para después y que ahora no tienen ni fecha. Los besos, los abrazos, el sentirnos cerca se ha perdido ante un virus arrollador y ante un bombardeo de información mediática que dispara con cañones de miedo extremo. No beses, no abraces, no respires. En ningún momento se ha tenido en cuenta lo que supone para la salud mental y para aumentar las cifras de la primera causa de muerte no natural en nuestro país: el suicidio. Porque este año hemos tenido más casos cerca que nunca y las cifras no siempre se cuentan por los medios para evitar el ‘efecto dominó’, pero sin duda mi amada profesión periodística debe revisar esto para darle cabida. Ya no se puede esconder más, debemos normalizar ciertos pensamientos para poder trabajarlos y se deben tomar medidas para el acceso a las terapias pertinentes a toda persona independientemente de su capacidad económica.
Tirarlo todo por la borda
No podemos saber qué pasa por la mente de la persona que piensa en quitarse la vida, porque no lo suele compartir. Se lo queda para sí y me preocupa que cada vez nos sintamos más lejos unos de otros porque hace falta esa mano y esa confianza que permita soltar las penas más profundas para sentirnos reconfortados entre nosotros. El “ánimo, que todo pasa”, o el “si necesitas algo” se nos quedan cortos ante personas en una tristeza tan profunda: salgamos de la pantalla, quedemos a tomar ese café, demos ese abrazo de apoyo infinito aunque sea con tres capas de mascarilla pero estemos ahí. Un “estoy mal”, “no puedo con todo” o “no tengo ganas de nada” son frases de alarma suficientes como para hacer lo que mejor deberíamos saber hacer: actuar como humanos.
Hace apenas dos meses, en una ponencia sobre mi libro con más de 200 alumnos de la ESO, me preguntaron dos chicas que si alguna vez había tenido ganas de tirarlo todo por la borda. Les pregunté que si se referían a dejar de escribir mi libro o si a la vida en general. La respuesta me dejó helada: “a todo en general”. Lejos de edulcorar, decidí ser sincera, y dije que sí, pero que menos mal que no lo hice porque gracias a eso había conseguido tantas cosas que crecía imposibles y porque la vida es maravillosa, aunque a veces apriete. No miremos para otro lado: eso es lo que pasa por la mente de niños y niñas de 14 años.
Nos queda mucho camino para conseguir una sociedad que tenga la salud mental como prioritaria. Pero mientras, los bares están abiertos y hay café de sobra para compartir vida y no sentirnos tan solos ante tanta incertidumbre.
¡Comparte este artículo!