La inocencia que hay en ti
La inocencia que hay en ti
Ante la frivolidad habitual en la sociedad, existe un tipo de persona que se ‘exhibe’ desde la humildad del ejemplo, la calma y la bondad, no acostumbrada al elogio y que hace del equilibrio su receta de vida

El enfoque más pesimista acerca de la sociedad que nos han tocado vivir sostiene que son tiempos en los que determinados conceptos y valores se han convertido en una suerte de anécdota o excepcionalidad. En definitiva, en algo más cercano al anacronismo que a lo actual.
Prefiero ubicarme en un término medio entre los dos extremos, pues en ningún caso está comprobado que instalándonos en la queja crónica, el lloro y el desencanto algo vaya a cambiar o solucionarse. Y también porque hacerlo, aceptarlo sin matices, es tanto como asumir que entre cardo y cardo no asoma ninguna flor. Y por ahí no quiero pasar. Porque la esperanza sigue estando ahí afuera, en cada soplo de aire.
Pero sí, tampoco me voy a cerrar en banda. La frivolidad ha venido para quedarse, al menos por un tiempo. Y digo por un tiempo, porque si algo nos enseñó la historia es que todo se resume a modas, usos, hábitos, costumbres y finalmente adicciones. A juzgar por lo externo, adictivo parece esa habilidad de despojarse de lo íntimo y brindárselo al mundo. Sin que nadie te lo reclame, además.
Decía que dar por buena esa visión tremendista de lo cotidiano es vivir asumiendo que esos valores se perdieron. Pero siguen aquí y es justo ponderarlos, traerlos al presente, percibirlos y, por qué no, convertirlos en moda. Tu consciencia igual ya se dio cuenta.
Una vez contextualizado lo que podrían ser nuestros días, vamos a hablar de algunos de esos conceptos que quizá se incluyan en las nuevas futuras modas. Creo que hay pocas cosas más atrayentes y envolventes que la inocencia. Es virtud exclusiva de aquellos que convierten el sustantivo en verbo, de los que hacen mucho y hablan menos. ¿Acaso no es una sensación maravillosa?
Creo que hay pocas cosas más atrayentes y envolventes que la inocencia. Es virtud exclusiva de aquellos que convierten el sustantivo en verbo, de los que hacen mucho y hablan menos. ¿Acaso no es una sensación maravillosa?
Existe un tipo de persona que se ‘exhibe’ desde la humildad del ejemplo, la calma y la bondad. Suelen ruborizarse si les reconoces pues son como esas flores escondidas entre matojos que sorprenden al explorador y, claro, no acostumbradas al elogio ni al foco pues se encuentran algo desubicadas, ya que hacen de ese equilibrio la receta de su vida. Pero es justo reconocerlo y valorarlo a fuerza de alterar su calma y provocar el rubor. Un sonrojo que es sincero pues no hablamos de esos impostores de la humildad, esas personas que hablan del “yo soy” pero nadie les dice “tú eres”.
No, mucha atención con eso. Cada vez tienen mayor altavoz gente que hablan de cómo son, de los muchos errores del prójimo, exhiben su tolerancia y respeto pero jamás salen del sofá de su casa a predicarlo. Sus palabras no son congruentes con sus actos, más con sus pensamientos, a los que en vano tratan de reprimir.
La inocencia es una actitud que desnuda a quien la ostenta. El amor y lo bello sigue siendo más poderoso que cualquier proyección negativa. ¿Lo has percibido alguna vez? ¿Creíste apreciar la inocencia en el tono de una voz, una sonrisa o un silencio? El silencio de la voz es ese delator que nada calla y la forma de quitar el velo que no puede con la verdad.
Elige sin titubeos esos momentos, sin concesiones. Si has notado algo similar en tu vida, en tu entorno o en alguien que te rodea, dedícale tiempo, dale su espacio, prioriza y no regales momentos a la frivolidad, o que sean los mínimos.
Seguirán existiendo quienes valoren el cajón de las cosas pequeñas, que tan poco espacio tiene hoy en el universo de los ‘likes’. Ese último estante del mueble, el que te obliga a agacharte y en el que solo guardas miles de recuerdos, sensaciones o momentos que no ocupan lugar. Siempre quedará espacio para ese suspiro y una risa que nadie verá.

Ángel Martín
Periodista
Mira aquí todos los artículos de Ángel Martín
¡Comparte este artículo!