Análisis, Con los ojos abiertos

Sillas en círculo

sillas en círculo

Lo que antiguamente eran charlas entre vecinos en sus puertas después de la cena ahora ha pasado a una invasión de la vida ajena por las redes sociales

Las sillas en círculo podrían ser algo así como el origen de las actuales redes sociales, aunque en aquel momento ninguno de nosotros podríamos imaginar lo que llegaría después. Suelo pensar que aquello fue el preludio de WhatsApp, Instagram, Facebook, y lo que esté por venir…  En el pueblo de Ciudad Real en el que pasábamos buena parte de las vacaciones familiares las noches de verano, eras más llevaderas sacando las sillas a la puerta. Allí, una a una, se iban abriendo las puertas de aquellas casas bajas, con patio interior y fachada blanca, que estaban en el entorno de la de mis abuelos.

De cada casa salía, después de cenar, una persona mayor, preferentemente mujer, que iban creando un círculo de sillas. Cuando el ambiente ya estaba animado, nos uníamos a la reunión mis padres, hermanos, mi abuela y yo.

Recuerdo hacerlo con expectación. Entre tanto público mayor los niños éramos un ‘reclamo’ y nunca faltaba una carantoña, unas galletas, un helado o un paseo por la Estación de Ferrocarril, nuestro sitio preferido y lugar del que mi abuelo fue el jefe años atrás.

La tertulia tenía un tema común, recurrente: comentar la actualidad del pueblo, cotillear, para decirlo a la antigua. Durante un no corto período de tiempo – podíamos llegar a la madrugada fácilmente – se dedicaban a ponerse al día los unos a los otros: Acabo de ver a fulanita con menganito, lo que yo te diga; ¿A qué no sabes quién se ha colado en la frutería?; ¿Te puedes creer que no me ha saludado la de Tomás?; No te vas a creer lo que me acaban de contar.

En aquellos momentos no creía que mis vecinas ocasionales de los veranos de La Mancha tuvieran esa costumbre por tratar de dañar a nadie, hasta lo miraba con simpatía: tenían gracia en sus tertulias, eran irónicas, socarronas y nada burdas. Honestamente, disfrutaba de esos ratos, con mi helado y al fresco.

Años después he encontrado en las actuales redes sociales un efecto perverso que imitan (a peor) aquellas noches con las sillas en círculo. Existe una tentación, abrazada por cada vez más gente, de esconder la insatisfacción de sus vidas en invadir la de los demás.

Serán los nuevos tiempos de pandemia, el disponer de muchas horas sin ocupar, el no estar acostumbrados a convivir con nosotros mismos; o quizás no sea nada de esto, pero cada vez se me empacha más ese tipo de persona que dedica parte de su tiempo a espiar a amigos, enemigos, vecinos, examigos, exparejas, para después pasarte reporte de a qué monte ha salido esa mañana, cuántas copas se ha tomado, con quién lo ha hecho, y lo feliz que aparece en las fotos. ¡Cómo se atreve a ser feliz si yo no lo soy!

Es un tipo de toxicidad muy 2.0 de nuestros días, de la que debemos huir a toda la velocidad de la que seamos capaces. Ya no lo veo con la simpatía de esas noches del verano manchego, ahora solo encuentro la envidia y la cobardía de quien no tiene el coraje de vivir su propia vida.

No es aconsejable permitir que alcance a nuestros pulmones ese aire tóxico. El tiempo que vivimos actualmente no es defectuoso ni de baja calidad. Con Covid o sin él, es tan precioso, valioso e irrepetible que no parece buena idea malgastarlo en vidas ajenas. No me hace gracia como me ocurría en la infancia. Además, ni siquiera se molestan en sacar unas sillas a la puerta e invitarte a un helado.

Vicente Martín

Periodista

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