Reconocer nuestras heridas emocionales
reconocer nuestras heridas emocionales
Nos ocultamos detrás de una máscara que nos sirve de defensa para no ver ni sentir esas heridas. Aprender a identificarlas y tomar consciencia de ellas es el primer paso para sanarlas

A menudo tenemos miedos, o sentimos rabia, tristeza, dolor y no conseguimos saber exactamente desde cuándo la tenemos o de dónde proviene; simplemente lo sentimos. Esas emociones vienen de la sombra o herida emocional albergada en nuestro interior.
Las heridas emocionales son lesiones o huellas afectivas que nos impiden llevar una existencia plena y en bienestar. Su huella es tan profunda que incluso nos dificulta las relaciones personales. También nos incapacita para afrontar los problemas cotidianos y encontrar soluciones óptimas.
Es frecuente que casi todos tengamos una o varias de ellas, más o menos profundas. Los signos de esas heridas se manifiestan de diversas maneras: ansiedad, depresión, dificultad para mantener relaciones estables o duraderas, pensamientos obsesivos, trastornos del sueño, carácter defensiva o agresiva, inseguridades, miedos, desconfianza…
¿Por qué nos cuenta tanto reconocer nuestras heridas? Porque nos ocultamos detrás de una máscara, una defensa que se construyó para no ver ni sentir esa herida. Observa con atención tu emoción reactiva, aquella que se pone en marcha cuando sientes: ¿Cómo te hace sentir? ¿Qué sientes cuando sientes miedo, rabia, dolor, impotencia?, ¿Desde dónde lo sientes?, ¿En qué parte de tu cuerpo sientes la emoción? ¿En tu garganta, en tu estomago o tu espalda?
Ahora observa cómo te desenvuelves en la vida, en general: ¿Cómo actúas en tu ámbito social? ¿Te sientes participe en las conversaciones o tomas de decisiones? ¿Tienes tenencia a compararte con los demás?
La herida emocional presenta otros síntomas que acompañan en la vida, como la baja autoestima, que se ve reflejada en:
- No tengo seguridad en mí mismo
- No expreso mis gustos u opiniones por miedo a ser rechazado
- Pienso que mis opiniones no tienen el mismo valor que las opiniones de los demás
- No me siento merecedor de las cosas buenas de la vida
- No me esfuerzo por conseguir lo que quiero, ya que de antemano creo que no lo voy a lograr
- No me relaciono con los demás como me gustaría, ya que pienso que no voy a hacerlo bien
- Necesito la aprobación de los demás con mucha frecuencia
- Veo al resto de personas como superiores a mí y me gustaría ser como ellos
La herida emocional se gesta en la mayoría de los casos en nuestra infancia, siendo originada por una infancia difícil y traumática en muchos casos. Aparte, debemos considerar la interpretación que realiza la mente del propio niño desde su comprensión de la situación. A los niños les cuesta interpretar lo que ven o lo que viven; un niño puede sentirse abandonado cuando sus padres trabajan todo el día fuera y debe quedarse con algún cuidador. No obstante, su mente entenderá que no es suficientemente querido por sus progenitores para conseguir su tiempo y dedicación.
¿Cómo se originan?
Las heridas emocionales de la infancia surgen por una o varias experiencias negativas (o interpretadas como tal) vividas en la niñez. Dichas experiencias dejan una huella (o herida) emocional que puede repercutir en nuestra salud afectiva cuando llegamos a la edad adulta.
Las heridas emocionales se originan en una edad temprana y a raíz de un suceso o experiencia traumática (o apreciación de la misma) acontecido de forma puntual o a lo largo del tiempo y de forma más o menos constante. Por ejemplo: el fallecimiento de un familiar, la depresión de uno de los progenitores, una crianza inadecuada, malos tratos, el nacimiento de un hermanito y los celos asociados a ello…
Las 5 heridas que observamos son:
- El miedo al rechazo: es una de las heridas más profundas porque implica el rechazo hacia nuestros pensamientos, sentimientos y vivencias, el rechazo a nuestro amor e incluso a nuestra propia persona.
- El miedo al abandono: para quienes han experimentado abandono en su infancia, la soledad es su mayor enemigo. La falta de afecto, compañía, protección y cuidado les marcó tanto que se encuentran en constante vigilancia para no ser abandonados y sienten temor a quedarse solos.
- La herida de la humillación: se abre cuando el niño siente que sus padres lo desaprueban y critican, afectando esto directamente a su autoestima. Sobre todo cuando lo ridiculizan. Dichos niños construyen una personalidad dependiente: están dispuestos a hacer cualquier cosa por sentirse útiles y válidos, lo cual contribuye a alimentar más su herida, ya que su propio auto-reconocimiento depende de la imagen que de él tienen los demás.
- La herida de la traición: surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres, que no ha cumplido una promesa. Esta situación, sobre todo si es repetitiva, generará sentimientos de aislamiento y desconfianza. En ocasiones, dichas emociones pueden transformarse en rencor (cuando se siente engañado por no haber recibido lo prometido), o en envidia (cuando el niño no se siente merecedor de lo prometido y otras personas sí lo tienen).
- La herida de la injusticia: se origina cuando los progenitores son fríos y rígidos, imponiendo una educación autoritaria y no respetuosa hacia los niños. La exigencia constante generará en ellos sentimientos de ineficacia, inutilidad… y la sensación de injusticia. O bien todo lo contrario con padres demasiados permisivos.
Para lograr sanar nuestras heridas, es primordial tomar consciencia de ellas para así abordarlas desde su transmutación: ver qué hay detrás de la herida, liberarla y sanar en nosotros desde el amor propio, reconocimiento y autoestima.
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