Tiempo de caldos
Columna de opinión
tiempo de caldos

Los mejores caldos se hacen a fuego lento. Sin embargo, no deja de sorprenderme cada vez que veo en uno de esos bricks que las verduras han estado más de tres horas cociéndose. Porque yo soy más de prisas, de echarlo todo en la olla y darle al fuego a máxima potencia para que se ablanden pronto y tenga el jugo que esperaba. Pero lo cierto es que cuando las cosas se hacen despacio, saben mucho mejor, porque le da tiempo a cada ingrediente a sacar todo su sabor.
La paciencia no es una de mis virtudes. Es más, creo que no es una virtud social generalizada. Lo queremos todo ya. Podemos culpar a la tecnología, a los padres consentidores en la era digital o al ritmo vertiginoso de la vida que pide inmediatez a gritos; da igual. El caso es que nos hemos acostumbrado a huir de la incertidumbre metiendo sexta y forzando las situaciones en vez de disfrutar del ritmo de la primera marcha.
Para conseguir el tempo exacto, la experiencia es un grado. Ya lo dice aquel refrán, ‘gallina vieja hace buen caldo’. Pero mientras llega esa sabiduría, tenemos largos periodos en los que se plantan las semillas y comienzan a crecer las hortalizas. La recolecta ya es otra cosa: a veces todo es sabor y otras aparece un bicho y te jode la cosecha. Los frutos del trabajo no siempre llegan al momento y la vida nos pide que esperemos, que llegará; que solo hay que tener paciencia. Y otra vez la misma palabra.
Cuando la vida nos pide tiempo, nos pide también un acto de fe y de confianza, porque nunca sabes cómo va a acabar. Basta que tengas todo tu plan estructurado para que justo salga de la forma contraria a la que habías planeado. Otras veces te sorprende con lo más cercano a un plan perfecto cuando ya no esperabas nada. Así es el juego. Si fuéramos un poco más flexibles a la incertidumbre y a los tiempos muertos, podríamos llegar a disfrutar de no saber nada y rendirnos a la pérdida de control. Cuánto bien nos hubiera hecho en tiempos de inicio de pandemia…
Pero lejos de vivir el ralentí, avanzamos a marchas forzadas para recuperar el tiempo perdido, a pesar de aquel cantante que decía que nunca lo es. Cuánta prisa tenemos por vivir y cuánto se nos olvida que la mayor parte de nuestra vida transcurre en esos tiempos de espera en los que solo queremos que se cumplan nuestras expectativas.
Mientras sigo moviendo con mi pala de madera los ingredientes, viendo cómo el caldo que tanto me gusta preparar cuando empieza a llegar el frío coge color y cada vez desprende mejor aroma. Me permito avanzar al futuro inmediato y visualizo ese plato de sopa que me tomaré, intentando no perder el foco en el proceso, con gallina vieja como ingrediente principal, de esas que viven en libertad y que solo con verlas tienen otro tono. Ya que hay que esperar tres horas, por lo menos que lleve un extra de sabiduría.
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